LA GUERRA EN LIBIA LLEVA LA MARCA DE NICOLAS SARKOZY
El Jefe de Estado francés ha hecho de la intervención en Libia un combate personal. Por el brillo de
Francia. Pero también vislumbró el destello de un gran “retorno” político personal y, más
allá, la esperanza de un nuevo despliegue estratégico de Francia en el mundo árabe.
Es “su” guerra. Una guerra de la que Nicolas Sarkozy no ha querido ignorar ningún
detalle. Aprendió los nombres de los barrios de las ciudades libias a capturar. Estudió el mapa de
las rutas de acceso a Trípoli.
Esta
intervención armada en Libia lo ha capturado. Fue su iniciador.
Ha retenido la topografía de las líneas del frente, la de las ciudades de Brega y Misrata, los sitios de una
lucha revolucionaria de la que se ha hecho el heraldo.
Decidió suministros
de armas a la rebelión, recurriendo en varias ocasiones a los buenos oficios de su aliado clave, Qatar. Armas francesas,
en junio, para el bolsón montañoso de Djebel Nefousa y otras, suministradas recientemente, para un comando rebelde
que, partiendo desde Misrata en barco, desembarcó en una playa de Trípoli en el momento del asalto final.
MARCA PERSONAL
Algunas guerras llevan una marca muy personal. A
propósito de la intervención de la OTAN en Kosovo, se pudo hablar de
“la guerra de Madeleine”, en referencia a Madeleine Albright, la
secretaria de Estado de Bill Clinton que había pasado una parte de su infancia en Europa central durante la Segunda
Guerra Mundial y llevaba íntimamente en ella la noción del “nunca más eso”.
Nicolas Sarkozy se involucró en la aventura
libia como rara vez lo ha hecho un dirigente occidental con una crisis internacional de la post guerra fría.
Con seguridad vislumbró el destello de un gran “retorno” político personal y, más allá,
la esperanza de un nuevo despliegue estratégico de Francia en el mundo árabe, llevando
como estandarte la defensa de los valores.
Un medio para reencontrar los acentos de su elección de 2007, cuando
prometía que Francia “estaría del lado de los oprimidos”.
El 12 de agosto, sobre el portaaviones Charles de Gaulle, el Jefe de Estado se refirió con énfasis
al “compromiso constante de Francia (…) en todas partes donde la libertad de los pueblos y la democracia están
amenazadas”. En privado pronuncia, a propósito del “Guía” libio, frases como: “Lo vamos hacer morder el polvo” o “lo pondremos de rodillas”.
INSCRIBIRSE EN LA HISTORIA
La comparación con François
Mitterrand y Jacques Chirac lo obsesiona demasiado, dicen varias
fuentes. Es la preocupación por hacerlo mejor que el primero en Bosnia y que el segundo en Afganistán, respecto
de la crisis de los rehenes y de Costa de Marfil, donde Laurent Gbagbo terminó fuera de condiciones de molestar gracias
a la entrada en acción de tropas francesas.
Libia ha sido la prueba de fuego para el baby-boomer Sarkozy, el primer Presidente de la V República francesa
que no tuvo la experiencia personal de la guerra.
Pero cuando Nicolas
Sarkozy recibió en abril, luego en julio, a jefes militares de la insurrección libia, se sume en la elaboración de los planes de ataque, tarea encargada en principio a consejeros.
“Pensó este asunto como jefe de
guerra, no solamente como jefe político”, relata Bernard-Henri Lévy (“BHL”),
el filósofo-militante de la causa anti-Gadafi, que habrá
acompañado a esta epopeya libia muy mediáticamente, quien rinde homenaje a su gran “tenacidad”.
DUELO PERSONAL
En acabar con Muamar Gadafi, Nicolas Sarkozy ha sido persistente. La
guerra tomó el carácter de un duelo entre dos hombres, mediante interpósitos ejércitos.
El “Guía” libio “no ha dejado de insultarlo” (denunciando sobre todo un supuesto financiamiento oculto de la campaña electoral de Nicolas Sarkozy
en 2007, o también acusándolo de apetitos petroleros en Libia) “y
eso él no podía perdonárselo”, desliza un experto francés del mundo árabe que conoce
bien al presidente.
La historia Sarkozy-Gadafi ha sido la de un acercamiento espectacular, antes de caer en la confrontación.
Hubo la infatuación
inicial del Presidente francés, en 2007, con la idea de “administrar” al dirigente libio. Sarkozy estaba decidido a tener éxito allí donde otros habían
fracasado.
Estuvo el caso de las enfermeras búlgaras, con todas sus
zonas sombrías y los viajes a Trípoli de la esposa del Jefe de Estado. Difícilmente podían hacerse
más personales las cosas.
Un cable diplomático estadounidense
de enero de 2008, obtenido por WikiLeaks destacaba este rasgo:Nicolas Sarkozy “cree
que el esfuerzo por enmendar a bad guys (“tipos malos”) como Gadafi vale la pena”.
“NO QUIERO VERLO MÁS”
Pero después
de la rocambolesca visita a París del jefe de la Gran Jamahiriya, Nicolas Sarkozy se desliga rápido. Concluyó
que su interlocutor estaba “chalado”. Lo repitió
ante varios interlocutores durante las operaciones en Libia: “Lo conozco, ¡está loco!”. Al tercer
día de la visita a París, Sarkozy no daba más: “¡No quiero verlo más!”.
El “Guía” acababa de hablar en público sobre “la opresión”
contra las mujeres en Francia y de llamar a los jóvenes de los suburbios a “levantarse”.
Vinieron otras contrariedades. El
tiempo pasaba, pero las promesas de contratos no se concretaban,en particular respecto del avión Rafale. El Presidente francés y los grandes
industriales estaban, sin embargo, dispuestos a armar considerablemente a las tropas de Trípoli.
La guerra de 2011 saldó espectacularmente
esta película de ligazones peligrosas.
JEFE POLÍTICO-MILITAR
Recientemente, un francés de
alta jerarquía describía así a un Presidente que “asume los riesgos” y que “no tiene inhibición para utilizar la
herramienta militar”. Incluso, agrega tras una pausa, “para mejorar la cotización presidencial…”.
En Francia,
el empleo de la fuerza en teatros exteriores es prerrogativa exclusiva del Jefe de Estado,comandante en jefe de las
Fuerzas Armadas y detentor de los códigos nucleares.
Francia sigue
siendo, pese a las dificultades, una de las potencias militares importantes del mundo. Y el descubrimiento de esta herramienta, dice esta fuente, ha sido para Nicolas Sarkozy
una forma de “consagración republicana”.